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Teatro comercial. 299 notas sobre dirección y puesta en escena.
Teatro comercial. 299 notas sobre dirección y puesta en escena.


número 25 I noviembre 2025
Reseñas
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Teatro comercial. 299 notas sobre dirección y puesta en escena. Lisandro Rodríguez. Buenos Aires, Paripe Books, 2025, 320 páginas, ISBN 978-631-90665-5-5

Martín Seijo (UBA-UNA)

 

“La experiencia es un peine que te entrega la vida cuando te quedaste pelado”, dijo alguna vez ese gran performer y boxeador que supo ser Bonavena, capaz de fajarse verbal y literalmente, de igual a igual, con el mejor de todos los tiempos, Muhammad Alí. Por supuesto, la frase maradoniana de Ringo, condensación de sabiduría callejera y nihilismo pillo, tiene sus excepciones, como todo. Es el caso de Lisandro Rodríguez, un luchador destacado de nuestras arenas independientes, que a sus cuarenta y tantos años, a pesar de no sufrir de calvicie, ya tiene suficiente experiencia sedimentada para escribir un libro a contrapelo de lo que usualmente publican lxs directorxs cuando se ponen a reflexionar sobre su oficio.

Antes de la primera campanada, un título irónico y bravucón anticipa la pelea que quiere librar Rodríguez. El teatro comercial es el adversario que recibe los primeros puñetazos. Es un territorio a bardear, lo que está del otro lado de la frontera ética que traza nuestro púgil, la bolsa contra la que entrena todos los días. Pero el show business no es un rival digno para el ring. En el libro, es apenas algo periférico, jamás su centro.

Entonces, ¿contra qué pelea realmente Rodríguez? Sin dudas, contra sí mismo y su propio hacer. También se va a los guantes con sus colegas, el público, sus estudiantes y, en especial, sus dirigidxs: “Cuando alguien piensa que como director no lo estoy dirigiendo, me pongo a tocar la guitarra, dibujar o simplemente barrer” (nota 163 del libro)  

Para Rodríguez, la dirección es como “...hacer deporte en cualquiera de sus modos y formas, un músculo que se ejercita” (nota 15). Años atrás, bajo la influencia de John Berger, bien hubiera podido afirmarse que el “teatro rodriguezco” era una carrera de motos algo atípica, puesto que su premisa nunca fue llegar primero a alguna meta preestablecida. Lo suyo era, en verdad, un delivery de sensaciones para nada capitalistas, como lo demostró en la performance motorizada Estás conduciendo un dibujo (2019). Hoy, en un contexto mucho más peliagudo para todxs, la disciplina se impone a la fuerza, dejando en suspenso el debate sobre si el boxeo es o no un deporte. Estar contra las cuerdas no es una situación muy adecuada para filosofar en el aire e irse por las ramas con capítulos extensos e inconducentes.

Muchas de las notas de Rodríguez intentan y logran ser golpes certeros a la mandíbula o a las costillas para quitar el aire. Otras son punteos para tomar distancia y así visualizar mejor la escena de la contienda. El autor se vale además de algunos rodeos, amarres, desplazamientos, retiradas solo para contraatacar, mucho trabajo de fintas, a lo Nicolino Locche. En ningún asalto recurre a golpes bajos, romantizaciones del arte ni citas que lo hagan pasar por erudito, solo recuerdos y transfiguraciones que dan pie a pensamientos combativos. Aunque es justo decir que esta crudeza de estilo no está exenta de pasajes poéticos, mas no sensibleros, sin pena ni miedo, a la manera de su admirado Raúl Zurita: “Dirigir es acumular dolor para convertirlo en otra cosa” (nota 69)

Vale la pena destacar que en su esquina el autor contó con la asistencia de “¡segundos, afuera!” que, en realidad, merecen ser llamados “¡primeros, adentro!”, como David Jacobs y Andrés Gallina. La lectura abre con una nota 0 de Lorena Vega, presentadora digna de una velada en el Madison. Y el veredicto final, la apostilla 300, está a cargo de una súper pluma: Santiago Loza.

Por todo lo expuesto, por su escritura frontal y apasionada, por ser excepción antes que regla, este libro de Lisandro Rodríguez termina ganando por nocaut.