La sirena, un recuerdo imaginado
Daniela Berlante (UNA-DAD/UBA-FFyL)
Idea: Florencia Marsal
Texto: Florencia Marsal
Actúan: Florencia Marsal, Valentín Mederos
Vestuario: Rita Fiscela, Florencia Marsal
Diseño de escenografía: Ritmo Teatro
Operación técnica: Valentín Mederos
Diseño De Iluminación: Ritmo Teatro
Fotografía: Cesar Capasso
Arte Gráfico: Cesar Capasso
Asistencia De Producción: Rita Fiscela
Asistencia de dirección: Rita Fiscela
Producción general: Ritmo Teatro
Colaboración en dramaturgia: Lucía Panno
Dirección: Florencia Marsal, Valentín Mederos
Sala: Muy Teatro
Decir que La sirena, un recuerdo imaginado, de Flor Marsal es un tributo a Effy Beth (1989-2014), amiga de la realizadora desde la adolescencia hasta su fallecimiento, no es del todo justo porque lo que pone en valor el espectáculo concebido por Marsal para honrar a la ausente es, sobre todo, la potencia de la amistad como fuerza organizadora de la vida y en este caso, de la escena.
Effy Beth fue una artista conceptual, activista feminista queer, performer y estudiante del entonces IUNA, actual Universidad Nacional de las Artes, institución que implementó en su estatuto el Cupo laboral para personas travestis, transexuales y transgénero asignándole a esta reivindicación el nombre de la artista y militante en su honor. “No existen 2 géneros, existe sólo uno: ¡el de cada cual!”. Con esta inscripción es como se presentó en la que sería su última Marcha del Orgullo LGTBIQ.
El espectáculo es la sede para que las trayectorias de Niní (Marsal, en este caso) y la de Bethy, aludida pero ausente en la escena, confluyan. El elemento que posibilitará el encuentro entre ambas es el agua en todas sus formas: la de la piscina en la que Niní aprenderá a nadar para poder visitar a su amiga que se fue a vivir al mar, la del océano en el que yace Bethy quien, vuelta en este punto figura mitológica, devino sirena.
La zona acuática se despliega en el diseño de la pileta de natación, creada por medio de tubos de led azules y por la performance de Marsal que se integra físicamente a ella como si de agua real se tratara. Sus movimientos son precisos, coreográficos y fluidos, de manera de quedar orgánicamente condensados en la escena de nado sincronizado.
Hay, además, un área de duchas y vestuario concentrada eficazmente en el emplazamiento de un único banco de madera alargado, un consultorio para revisación médica, y la presencia de un extravagante profesor de natación soviético.
El personaje de la doctora y el del docente están a cargo de Valentín Mederos en su múltiple rol de codirector del espectáculo, intérprete y operador de escena. Es Mederos quien diseña las imágenes en vivo que el retroproyector instalado a la vista del público da a ver. Las imágenes remiten a un universo líquido, hecho de gotas y salpicaduras que van cambiando sus dimensiones a medida que se desplazan. El entorno se vuelve eminentemente plástico.
La sirena plantea otra zona y es aquella en la que Marsal oficia de narradora de la entrañable historia de amistad entre Niní y Bethy. El relato da cuenta también, sin ostentaciones y como un derrotero natural, del descubrimiento de la transición efectuada por quien se forjó a sí misma como sirena. Los textos concebidos en verso le imprimen al momento un tono extrañado, risueño y sensible que convoca la atención y emoción de los espectadores, sobre todo cuando se narra en clave marina la decisión final de Bethy de pasar a habitar la profundidad del océano.
La dimensión subacuática propiciará el encuentro entre Sirena y Niní, de manera análoga a como lo propulsará el espectáculo. La proyección final de la imagen de Effy Beth junto a la presencia de Flor extendiendo su brazo hacia su figura no hacen sino sellar un pacto amoroso que por obra y gracia del teatro será revivido en cada función.